Yo no me chupo el dedo

Chuparse el dedo es un hábito infantil poco adecuado pero por el que la gran mayoría de bebes pasan. En mayor o menor medida, los infantes se aferran al purgar para succionarlo del mismo modo que se aferran al chupete. Esa simple acción, les relaja e invita a dormir. Así, parece algo sencillo de erradicar y fácilmente aceptable. El problema surge cuando el hábito de succionar el dedo se vuelve costumbre y no solo a la hora de dormir. Hay niños y niñas que no sueltan su pulgar nada más que para lo necesario y eso, trae consecuencias.

Pediatras y odontólogos como los profesionales de Vivanta Odontología y Medicina Estética, coinciden en que este hábito tan común en los más pequeños, puede conllevar una serie de problemas de salud bucodental asociados.

Para los niños, succionarse el pulgar es una manera de obtener el estímulo y relajación que les produce. A medida que se van haciendo mayores, abandonan el hábito de manera espontánea y sin mayor problema. De forma generalizada, esto se produce entre los dos y cuatro años de edad. Pasado este tiempo, el hecho de que la práctica se mantenga hace que la visita al odontopediatra se vuelva necesaria para que sea el profesional quien se encargue de realizar una avaluación del caso. Será el dentista quien, tras realizar un examen, determine las consecuencias derivadas del hábito y si existe algún problema de desplazamiento dental o afectaciones en el normal desarrollo de la cavidad oral.

Según los profesionales de la pediatría, es muy frecuente que los niños que dejan el hábito de succionarse el pulgar, retomen el mismo cuando viven momentos de estrés. A nivel emocional no suele suponer ningún problema ni ser motivo de preocupación. A nivel físico, la preocupación debe producirse si el hábito permanece en el momento que aparece la dentición permanente. En este momento, chuparse el dedo puede empezar a afectar al paladar y la alineación de los dientes. El riesgo de padecer problemas dentales se relaciona directamente con la frecuencia, la duración y la intensidad con la que el pequeño se chupa el dedo.

La discrepancia entre los profesionales a la hora de abordar el problema, se encuentra en la edad en la que es adecuado atajar el hábito. Algunos expertos, recomiendan hacerlo antes de los tres años, en tanto que los tratamientos generales, indican que ha de abordarse el problema a partir de los cinco.

Consecuencias de la succión del pulgar más allá de los dos años

Los expertos en odontología infantil, refieren que además de las complicaciones bucodentales que surgen de este hábito, hay que tener en cuenta la afectación emocional. Esto se hace notar a medida que el niño va creciendo y se considera un factor relevante. Los datos que muestran los estudios realizados al respecto, señalan que el hábito o costumbre de chuparse el dedo, se mantiene en un doce por cien de niños de más de siete años y casi un dos por ciento en los que pasan de los doce.

Dentro de los problemas más frecuentes que produce la succión prolongada del pulgar, encontramos:

  • Cambios de orientación de las arcadas dentarias. Mientras que la arcada superior se desplaza hacia delante, la inferior lo hace hacia atrás, por lo que se los dientes de arriba sobresalen con respecto a los de abajo.
  • Maloclusión dental, en la que no existe contacto entre los incisivos superiores e inferiores, resultando una mordida abierta. Es decir, los dientes no encajan al masticar o, simplemente, cerrar la boca.
  • Deformación del paladar, puesto que la succión del dedo, ejerce presión hacia la parte superior de la boca modificando la forma del paladar progresivamente.
  • Hipoplasia del maxilar superior, debido a la anormal ubicación de la lengua a causa de la posición del dedo. Esto genera un desarrollo insuficiente del hueso maxilar superior.
  • Alteraciones en la fonación y la pronunciación, puesto que todas las desviaciones citadas, afectan a dientes, lengua y paladar, pudiendo causar dificultades a la hora de hablar o articular palabras. El nombre médico que se le da a este problema es dislalias.

Entre las posibles causas que hacen que este hábito se instale en la vida de los más pequeños, existe una relación con las diferentes necesidades físicas y emocionales de la infancia. El ámbito científico, ha comprobado que, mediante la succión del pulgar, se estimulan los receptores nasopalatinos del nervio trigémino, lo que proporciona un equilibrio muscular y una liberación de las tensiones físicas y psicológicas del niño. Lo que confirma esa sensación de calma que perciben al succionar el pulgar o el chupete y hace comprensible la efectividad que produce el hecho en los momentos de estrés o para conciliar el sueño.

También es necesario tener en consideración los posibles cambios producidos en el entorno emocional del niño o niña. Si se da esta circunstancia, hay que considerar buscar un apoyo profesional adecuado. Otra de las posibles causas, puede ser sencillamente, el aburrimiento o un acto reflejo.

Algunos consejos para evitar o eliminar el hábito

Evidentemente, para poder atajar este problema, es fundamental la actitud de los padres. Resulta fundamental que comprendan la serie de factores que influyen en la necesidad del niño o niña de recurrir a la succión del pulgar para relajarse. Ahondar en los factores que pueden provocarles miedo, ocupación o nerviosismo, es esencial para resolver el problema. Bajo estas circunstancias no es nada recomendable la recriminación, la ridiculización o el enfado por parte de los padres.

Cabe la posibilidad de que el niño haya adquirido la costumbre incluso en su fase intrauterina o durante los primeros meses de vida. A consecuencia de esto, decirle que no lo haga, no va a ser suficiente puesto que es algo que viene haciendo de siempre sin recriminación. Lo que si puede producir esa llamada de atención es una agravación del problema y que la situación se perpetúe.

La clase reside en la compresión necesaria para ayudarle a encontrar la manera de sustituir el apoyo que encuentra en la succión del pulgar por otro. Juegos, canciones, respiración, ejercicios o abrazos, son algunos de los ejemplos que pueden servir como sustituto a la succión del pulgar, siendo recursos que deben adaptarse a su edad.

Algo que tiene que quedar claro a los padres es que el hábito no puede ni debe modificarse de un día para otro. La familia debe proponer pequeños objetivos periódicos y premiar al infante con felicitaciones cada vez que avance. Haciendo esto, se establece un clima constructivo en el que la comunicación, el apoyo y la positividad ejercerán un efecto en el niño que querrá alcanzar su objetivo por si mismo. Al mismo tiempo, se favorece la autoestima y autoconfianza.

Otras acciones que se pueden realizar para detener el hábito y que pueden ser eficaces, son bastante sencillas: hablar con el niño que tal vez esté de acuerdo en dejar el hábito y al elegir el la manera de hacerlo, será favorable.

Algunos profesionales, coinciden en que no prestar atención al niño en el momento en que se succiona el pulgar, puede ser suficiente para frenar el hábito, sobre todo en los casos en los que el comportamiento es para llamar la atención.

El papel que juega el dentista en todo esto es esencial. Este profesional va a ser el encargado de realizar un seguimiento en los niños que tiene esta costumbre, con objeto de evitar las complicaciones futuras derivadas de la succión del pulgar en la infancia. En este sentido, el odontólogo, evaluará la posición de las piezas dentales, controlará la erupción de los dientes, valorará la adecuada relación que debe existir en lo maxilares, etc.

Definitivamente, cuando un niño mantiene este hábito pasados los dos años de edad, es necesario acudir al dentista para que realice un examen y valoración sobre la boca del niño. En el caso de que ya existan síntomas de las consecuencias derivadas de este hábito, es posible que determine como recomendación la utilización de ortodoncia infantil. De esta manera se puede corregir la mala posición de los dientes y su apiñamiento, o los espacios interdentales excesivos, entre otros.

Si la primera visita al dentista se aconseja cuando se produce la erupción del primer diente o como mucho al cumplir el primer año de vida, en el caso de que exista este problema, la visita al odontólogo no debería prolongarse más allá de los dos años. Como hemos podido comprobar, las consecuencias de la succión del pulgar durante un periodo de tiempo mayor a lo habitual, pueden darse en cualquier niño. No existe una prevalencia o predisposición mayor, salvo el factor desencadenante de ciertos problemas en la boca que es en sí, la succión del pulgar. En cualquier caso, al acudir al odontólogo de manera preventiva, hay que tener presente que, para evitar que las consecuencias sean de mayor importancia, hay que solucionar el problema y conseguir que el pequeño deje el hábito de chuparse el dedo.

No obstante, no se trata de un mal mayor que revista gravedad, aunque si es necesario evitar que el niño adquiera el hábito o erradicarlo para que no se produzcan los citados problemas.

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